Claro que la justicia social es injusta

Entre los «zurdos de mierda», con perdón, y los «¡la justicia social es injusta!», protagonizados por el siempre entusiasta presidente de la república hermana de Argentina, me miro al espejo asombrado al darme cuenta de que, efectivamente, ¡esa declaración de Milei es cierta! ¡La justicia social es injusta! ¿Será que me he vuelto libertario? ¿Tendré que ir a por mi bandera de Gadsden y colgarla de mi balcón? ¿Tendré el permiso de mi esposa?

Entiendo el contexto sobre el que trabaja Javier Milei, que se enfrenta en su país al Partido Justicialista de los Kirschner, con graves datos de pobreza y corrupción. Y entiendo que el concepto de Justicia Social sobre el que navega el exacerbado presidente tiene una connotación específica en la Argentina y que él habla desde una corriente ideológica determinada. Pero profundicemos.

Desde que el ser humano es tal se agrupa en torno a sociedades, en la idea ya socrática de que el hombre no existe sin sociedad. Es decir, en grupos de la misma especie que, implícitamente, firman el famoso contrato social en torno al parentesco, primero, y a distintos intereses según el desarrollo y complejización de estos: el idioma, la cultura compartida, la guerra…

La idea de Justicia, como cualquier otra virtud, especialmente las que llamamos cardinales dentro de la cultura occidental, es universal. En un ejercicio puro de la recta conciencia, cualquiera podría diferenciar lo justo de lo injusto, con independencia de su cultura, origen o de su época. Sin embargo, se puede asumir sin caer en contradicción que la Justicia, como cualquier otra virtud, se encuentra siempre en continua evolución en cuanto a su práctica concreta. Las sociedades, la filosofía, el derecho, evolucionan, provocando el desarrollo de la aplicación práctica de ello. Hasta aquí lo obvio.

Si nos atenemos a la idea clásica y básica de justicia, la justicia es dar a cada cual lo suyo. Y en el ámbito social y político, podemos decir que a cada cual según su mérito. Claro, que no hay un estándar métrico para el mérito. En un ejercicio de injusticia, el Estado interviene en la vida pública de distintas maneras, con la idea de que el hijo del carpintero y el del primer ministro tengan, como mínimo, un mínimo común denominador sobre el que asentar sus oportunidades; pero también para que un país tenga una policía preparada o para que el presidente pueda cruzar el Atlántico para decir barrabasadas en otro país. Claro que la justicia social es injusta. Y menos mal. Esa es la base del sistema liberal.

«El liberalismo político busca una concepción política de la justicia en la esperanza de atraerse, en una sociedad regulada por ella, el apoyo de un consenso entrecruzado de doctrinas religiosas, filosóficas y morales», explica John Rawls en su ensayo El liberalismo político. O sea, que ha de existir una concepción de la justicia que suscite apoyos amplios en la comunidad moral, y añade que, en el estado liberal, se concibe la justicia como equidad entre ciudadanos con facultades morales y racionales que cooperan entre sí, pero también con las generaciones futuras, con otras sociedades en un marco más amplio y, más allá aún, con la naturaleza.

Yo voy más allá: todas las comunidades políticas buscan, con mayor o menor acierto, la justicia. Incluida la que propugna Milei, con su libertarismo y sus soflamas sobre la injusticia de la justicia. Por eso, dice Rawls, la justicia política (la práctica de esta virtud en el ámbito de lo social) necesita de otras virtudes para desarrollarse correctamente: ¿la templanza? ¿la misericordia? ¿la prudencia?

El Estado liberal y moderno, concebido como la suma de sus ciudadanos libres e iguales, tiene la obligación, el deber moral, el imperativo, de buscar y lograr la justicia social. Y el Estado liberal y moderno, para perseguir la justicia social, ha de intervenir —cada cuál vea cómo—, para que ninguna de las partes «esté en posición negociadora sobre las otras», como expone el filósofo americano.

Claro que la justicia social es injusta, según el criterio de no intervención. También sería injusto que el Real Madrid ganase el sábado ante el Borussia de Dortmund. Hay injusticias que hacen mejor el mundo.