Música para una noche

El tambor es el instrumento que más se parece al corazón humano. Empezamos haciendo música con la voz y no creo que tardásemos mucho en bailar y batir palmas. De ahí a golpear troncos y chocar palos debió de haber poco trecho. La percusión nos devuelve a los tiempos en que la noche era la oscuridad y sólo la iluminaban la luna y las estrellas. Todo niño sabe que no hay felicidad como la de tener un tambor que golpear hasta quedar exhausto. Envejecer, de alguna forma, es ir asfixiando esa infancia que lucha por salir en cada redoble.

El tambor fue también el instrumento de los hombres libres en los albores de la modernidad. Sucedió en Haití, la parte francesa de la isla de La Española. Entonces se llamaba Saint-Domingue y era la perla de los territorios franceses de ultramar. La riqueza que afluía a Nantes y a París llegaba a bordo de los navíos del comercio triangular: compraban esclavos en África, los llevaban a las colonias americanas y regresaban con azúcar, tabaco, café y algodón que vendían en los mercados europeos antes de regresar de« nuevo a comprar esclavos. Aquella prosperidad olía a sangre.

François Mackandal, nacido a comienzos del siglo XVIII en Senegal o quizás en el Congo, lideró la primera rebelión por la libertad en América y el Caribe. Se dice que hablaba y leía árabe. Es seguro que profesaba el vudú, donde los tambores tienen una función sagrada. Una prensa de caña de azúcar le trituró la mano. Maltratado por sus amos, se escapó y se hizo cimarrón. Se unió a lo que en Brasil llamarían un quilombo, un campamento de esclavos fugados que defendían su libertad con las armas en la mano. En 1758, los colonos franceses lo capturaron y lo quemaron vivo. Sin embargo, cuenta Alejo Carpentier en El reino de este mundo, que Mackandal escapó de las llamas convertido en mosca. Los esclavos, obligados a presenciar el suplicio, regresaron exclamando «Mackandal sauvé!», «¡Mackandal se ha salvado!».

A tambor batiente reunieron Dutty Boukman y Cecile Fatiman a los esclavos de las llanuras del norte de Haití que se dieron cita en Bois-Caiman el 14 de agosto de 1791 para juramentarse por la libertad. Así comenzó la revolución que condujo a la libertad de Haití. Ocho días más tarde, la isla se estremecía ante la furia de aquellos hombres que habían decidido sacudirse el yugo para siempre. A Boukman lo mataron en octubre de aquel año. Fue una guerra espantosa que sólo concluyó en 1804. Los haitianos se enfrentaron a los franceses invocando las libertades revolucionarias que ellos mismos proclamaban en Europa. Derrotaron incluso a Napoléon. C.L.R. James escribió la historia en Los jacobinos negros. Toussaint L´Ouverture y la Revolución de Haití (Turner, 2003). Haití fue el primer país del mundo en abolir la esclavitud.

Sin embargo, Haití pagó un precio altísimo por la libertad: sufrió un bloqueo terrible y tuvo que pagar indemnizaciones a Francia. Su economía se resintió durante más de un siglo. No se libró ni de la bancarrota ni de las guerras civiles ni de la ocupación extranjera. Los Estados Unidos invadieron la isla en 1915 y se quedaron hasta 1934. El pretexto fue su estabilización. En realidad, sólo se trataba de proteger los intereses del National City Bank de Nueva York. La lucha contra el ocupante, de nuevo, se vertebró en torno a la cultura afroamericana y, en particular, al vudú. Los tambores encarnaban la resistencia.

Haití, pues, tiene un lugar muy especial en la lucha por la libertad en los últimos tres siglos. Con ocasión del Día Internacional de la Música, la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País acogió un concierto de música Konpa auspiciado por la Embajada de Haití en España y a cargo de Lenz Louis y la Eritaj Band. Surgida en Haití a mediados de los años 50, la música Konpa engloba distintos estilos de los cuales el más conocido es el llamado Dirék. Emparentado con el son cubano, el calipso jamaicano y la bomba dominicana, recuerda al merengue, pero tiene un ritmo más pausado. Su antecesor más remoto es el Carabiné. Ne mours Jean Baptiste (1918-1985) fundó el Conjunto Internacional, que puso de moda el Konpa. La orquesta canónica de Konpa tiene guitarra, acordeón, saxofón, trompeta y, por supuesto, percusión como batería, claves o, por supuesto, tambores.

Me gusta mucho escucharlo por la mañana, así como el Rebétiko me gusta por la tarde y el flamenco a todas horas. Decía Lenz Louis que el Konpa propicia encuentros entre desconocidos. Ya saben, el baile une mucho y una cosa lleva a veces a la otra. Con el Konpa ocurre lo que decía Jorge Amado de Bahía recordando un cantar marinero: «Si te gusta tu marido no pases frente a mí», advirtiendo «el misterio y la belleza de la ciudad te envolverán, darás tu corazón para siempre, jamás podrás olvidar la Bahía, el óleo de su belleza densa te bañó, su mágica realidad te perturbó para siempre». Algo así sucede con esta música en que la vida late al son de los tambores y vibra en las trompetas y los saxofones.

Va cayendo la tarde. El caso es que me puse algo de Konpa para escribir y ahora no quiero dejarlo. Ya me avisó Amado. No apaguen la música. Suena Haiti Cumbia. La música puede recordarnos el pasado, pero también puede proyectarnos al futuro. Imaginemos un Puerto Príncipe renacido y luminoso en la noche del Caribe. El tambor bate como un corazón latiente. Atrévanse a bailar. Vayan a buscar a esa persona a la que aman.

Que la noche les sea propicia.